El corazón de las nueve estancias by Janice Pariat

El corazón de las nueve estancias by Janice Pariat

autor:Janice Pariat [Pariat, Janice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-01T00:00:00+00:00


EL CARNICERO

Te pones en contacto conmigo mucho tiempo después devolver de la ciudad con río.

Como un año o así. Es una tarde perezosa de domingo, estoy en casa, llamas y acabamos diciendo cosas por teléfono que me hacen cerrar la puerta de mi habitación y bajarme el pijama.

¿Cómo ha sucedido esto?

Pues no lo sé. Creo que empezó cuando te pregunté qué estabas haciendo y contestaste que estabas en la cama, desnuda bajo las sábanas.

Hace siglos que no nos vemos ni hablamos, pero el sexo es, como siempre, bueno.

Lo raro es que cuando nos vemos estamos incómodos.

Tíos sentamos a la mesa con los cafés, que tú habías preferido a las bebidas nocturnas, y al principio no encontramos mucho que decir. Ahora llevas el pelo corto. Es drástico, pero te queda genial. Te lo digo, Tú sonríes y dices que yo también tengo buen aspecto.

—Bueno, ¿qué tal?

—¿Cómo va?

Hablamos al mismo tiempo. Nos reímos.

Tú primero, concedes amablemente.

Y te cuento que he terminado la escuela de cine, y que he montado una pequeña productora. Que trabajo sobre todo como autónomo, en proyectos sueltos. Luego te miro con timidez y digo:

—Pero la mejor noticia es que al final me atreví a montar un grupo.

—¡Eso es estupendo! —Y me parece que de veras te alegras por mí. Si no fuera porque tu mirada no acaba de corresponder con tu sonrisa.

—¿Y tú?

Me cuentas que ahora te apañas bien, pero que no ha sido una época fácil.

—Por el trabajo —añades, como si te preocupase que yo pudiese pensar otra cosa. Cuando regresaste, después de terminar los estudios, tuviste que encontrar trabajo con cierta prisa.

—¿Y eso?, —pregunto.

Me sueltas una vaguedad sobre tus padres, que no se pusieron demasiado contentos.

—¿De que su hija volviese del «extranjero»? —No puedo evitar sonreír. He conocido brevemente a tus padres. No me cayeron bien y yo a ellos tampoco. Sé que sus aspiraciones y ambiciones apuntan a lugares lejanos.

Asientes.

—Me dijeron que les costaba apoyar esa decisión.

Después entornas los ojos. Ese gesto me resulta muy familiar. Te oigo decir en tu mente: «Como si supieran algo de mí».

—Así que ¿encontraste trabajo rápido?

Pues sí, pero la pequeña empresa de diseño dirigida por un turbio hombre de negocios en la que entraste como redactora no te pagó durante meses. Así que te despediste y entraste en una revista local; te dedicaste a rondar por las calles con todo el calor para sacar artículos sobre dónde hacen las mejores chuletas y dónde llevar a remendar un traje hecho a mano.

—Suena divertido…

—Lo fue al principio…, luego cerraron.

—¿Qué?

Levantas la mirada y te ríes.

—Al parecer ya todo funciona on-line.

—Y ¿qué hiciste?

Dices que te metiste en una editorial de libros técnicos y casi te mueres de aburrimiento. Que sabes más de las leyes de importación y exportación de lo que nunca quisiste saber. Charlamos como viejos amigos, lo cual supongo que somos, de algún modo. De momento, me dices, estás en una editorial asociada a uno de esos institutos culturales extranjeros de la ciudad. Pagan bien, no son demasiadas horas, y de vez en cuando te invitan a recepciones donde corre el vino gratis.



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